A través de Tus ojos.-
No puedo negar que Tu amor continua siendo un misterio para mí.
¿Las razones? Es muy simple. No merezco tanto amor.
En mi corazón hay un deseo que toda niña tiene desde que nació. Ese gran deseo de sentirse amada.
Desde pequeñas leemos o vemos en películas historias de princesas que se encontraban en medio de un problema, bajo una maldición, encerradas, dormidas, olvidadas, empobrecidas, maltratadas, denigradas… en fin, siempre necesitadas de “algo”… Pero repentinamente aparecía el fantástico príncipe con su capa azul, sobre un hermoso corcel rompiendo puertas, con espada en mano, derribando todo lo que se obstaculizase en su paso. ¿Por qué? Porque él había descubierto que en algún lejano lugar, escondida, estaba la amada de su alma, aquella que tan solo con una sonrisa, con un pestañeo, con un movimiento de su cabellera, había conquistado su fuerte corazón. Y por ella estaba dispuesto a dar su propia vida si era necesario. Atravesar reinos, batallar contra escuadrones, esperar años, permanecer en cautiverio solo por el único y gran hecho de que ella estuviese un día no muy lejano entre sus brazos, para que se sellara el amor en un puro y hermoso beso, que permitiría decir a los historiadores: “Se casaron y fueron felices por siempre”.
Sí, así crecimos todas o al menos la gran mayoría de las chicas del mundo. Y esos cuentos no eran más que la forma gráfica de lo que cada corazón añora: “Ser amada, ser considerada tan hermosa, tan especial, tan única, que ante el descubrimiento él no podría hacer otra cosa que invertir su vida en conquistar su corazón para estar con ella para siempre”.
Y como toda pequeña niña, crecí leyendo esos mismos cuentos y albergando en mi corazón el mismo sueño.
Pero en medio del estudio, los crayones, las tablas de multiplicar, y las canciones infantiles, un día alguien tocó a mi puerta y me dijo que me amaba.
“Te amo” son palabras muy profundas para ser oídas de los labios de un desconocido, ¿no crees?
Pero resultó que este “desconocido” me conocía más de lo que yo misma esperaba. Sabía cada una de mis mañas, de mis defectos. Él sabía cuál era mi postre favorito, la melodía que me conmovía hasta llorar, sabía por qué prefería el otoño antes que el verano, porqué desahogaba mis sentimientos y pensamientos en un blog de internet… en síntesis, Él conocía mi interior mejor que yo.
Vamos. Si has leído mis notas anteriores, me dirás: “Kary, ya has hablado de esto antes” y sí, es cierto. Pero en esta ocasión descubrí algo tan hermoso como lo dicho anteriormente.
Estando envuelta en este amor, en un ambiente de romanticismo, de detalles, de atardeceres y algodones, un día me sentí como la bella durmiente, como la caperucita roja en la barriga del lobo, como la cenicienta encerrada en la mansión de la madrastra: sin esperanzas, sin fuerzas, sin posibilidad de gritar fuerte, no tan solo por no ser oída, sino porque la voz sencillamente no era capaz de salir.
La debilidad me había abrazado. La tristeza me había apagado. La desesperanza me congeló. Entonces a la vista de cualquier mortal, e incluso de un príncipe azul, yo me encontraba en pocas palabras: MUERTA.
Yo también lo había comenzado a creer, y ya sabes lo que dicen… “Lo que uno piensa eso reflejas, eso eres, en eso te transformas”
En medio de esta extraña metamorfosis, de este silencio desconocido, como la niebla otoñal. Una voz llegó desde el oriente, agitado por la velocidad, jadeante por la destreza de atravesar kilómetros en mi búsqueda y oculto tras una capa imposible de distinguir, me dijo:
“¡Hey! Tú no estás muerta, tu tan solo duermes”
Cientos habían visto el mismo par de ojos, y por la mañana ella misma había visto su apagado semblante en el espejo. Todo indicaba que la luz interior se había terminado por apagar… pero Él llega glorioso, avasallador, sonriente y seguro diciendo a gran voz a los cuatro vientos: “Ella no está muerta, solo está durmiendo”
De ese milagro hablo hoy: De que Dios continúa creyendo en ti y en mí, aun cuando nosotros mismos hayamos perdido las esperanzas. Él permanece seguro ante nuestras oscilaciones afirmando frente a todos los escenarios e incluso ante todas las pruebas fehacientes, las siguientes palabras:
“No. Tú vives, y lo continuarás haciendo hoy, mañana, y siempre. Porque ya no vives tú, sino vivo Yo en ti, Tú eres nueva criatura”
Lo loco de todo esto es que cada día me convenzo más de que a través de Tus ojos, la vida realmente se hace viva.
He comenzado a vivir solo desde el momento en el que te conocí. Antes… solo dormía, solo soñaba con vivir.
Gracias Señor.-