El Dulce Sonido Del Segundo Violín
DURANTE MILES DE AÑOS, la relación había sido perfecta. Hasta donde cualquiera pudiese recordar, la luna había reflejado con fidelidad los rayos del sol en la oscura noche. Era el dúo más grandioso del universo. Otras estrellas y planetas se maravillaban ante la confiabilidad del equipo. Su reflejo cautivó a una generación tras otra de terrícolas. La luna se convirtió en símbolo de romance, esperanzas sublimes e incluso rimas infantiles.
“No dejes de brillar, luna de la cosecha”, cantaba la gente. Y así lo hacía. Es decir, lo hacía hasta cierto punto. Verás, la luna en realidad no brillaba. Reflejaba. Tomaba la luz que le daba el sol y la apuntaba hacia la tierra. Una simple tarea de recibir iluminación y compartirla.
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Se pensaría que semejante combinación duraría para siempre. Casi sucedió eso. Pero un día, una estrella cercana implantó un pensamiento en el interior de la luna.
– Debe ser difícil ser luna – sugirió la estrella.
– ¿Qué quieres decir? ¡ Me encanta! Me toca realizar una tarea importante. Cuando oscurece, la gente me mira esperando recibir ayuda. Y yo miro al sol. Él me da lo que necesito y le doy a las personas lo que ellas necesitan. Dependen de mí para iluminar su mundo. Y yo dependo del sol.
– Así que tú y el sol deben ser bastante unidos.
– ¿Unidos? Vaya, si somos como Huntley y Brinkley, Hope y Crosby, Benny y Day… (Artistas y locutores de televisión).
– ¿O quizás Edgar Bergen y Charlie Mc Carthy?
– ¿Quién?
– Ya sabes, el ventrílocuo con el muñeco.
– Pues, eso del muñeco no sé.
– Eso, precisamente, es lo que quiero decir. Tú eres el muñeco. No tienes luz propia. Dependes del sol. Eres el acompañante. No tienes fama propia.
– ¿Fama propia?
– Sí, hace demasiado tiempo que tocas el segundo violín. Te hace falta dar un paso por cuenta propia.
– ¿A qué te refieres?
– Me refiero a que dejes de reflejar y empieces a generar. Haz lo tuyo. Sé tu propio jefe. Haz que la gente sepa quién eres en realidad.
– ¿Quién soy?
– Pues, eres, eh, verás, ejem, bueno , eso es lo que debes averiguar. Necesitas averiguar quién eres.
La luna se detuvo a pensar por un momento. Lo que decía la estrella tenía sentido. Aunque nunca lo había considerado, de repente estaba consciente de todas las desigualdades de la relación.
¿Por qué tenía que ser siempre ella la encargada de cubrir el turno de la noche? ¿Y por qué debía ser la primera en que la pisaran los astronautas? ¿Y por qué debía ser siempre acusada de causar olas? ¿Y por qué para variar, no le aúllan al sol los perros y los lobos? ¿Y por qué tiene que ser tan negativo estar “en la luna” mientras que “tomar sol” es una práctica aceptada?
– ¡Tienes razón! – aseveró la luna – Ya es hora de que haya una igualdad solar-lunar aquí arriba.
– Ahora sí que hablas – le incitaba la estrella -.
¡Ve a descubrir a la luna verdadera!
Tal fue el comienzo de la ruptura. En lugar de dirigir su atención al sol, la luna empezó a dirigir su atención a sí misma.
Emprendió el camino de la auto superación. Después de todo, su cutis era un desastre, tan lleno de cráteres y cosas por el estilo. Su guardarropas tristemente se limitaba a tres tallas: llena, media y cuarto.
Y su color era de un amarillo anémico.
De modo que armada de determinación, se dispuso a apuntar a metas altas.
Ordenó la aplicación. de fomentos de glaciar para su cutis. Modificó su apariencia para incluir nuevas formas como triángulos y cuadrados. Y para cambiar el color optó por una naranja escandaloso “Ya nadie me llamará cara de queso”.
La nueva luna había bajado de peso y mejorado su estado físico. Su superficie estaba tan suave como las asentaderas de un bebé. Todo anduvo bien por un tiempo.
Inicialmente, su nuevo aspecto hizo que disfrutara de su propio brillo de luna. Los meteoros que pasaban se detenían a visitar. Las estrellas lejanas llamaban para elogiarla. Las lunas colegas la invitaban a sus órbitas para mirar juntos las telenovelas.
Tenía amigos. Gozaba de fama. No tuvo necesidad del sol… hasta que cambió la moda. De repente el estilo gamberro pasó y entró la moda colegial. Se detuvieron los elogios y comenzaron las risas, porque la luna era lenta en darse cuenta de que estaba pasada de moda. Cuando al fin se dio cuenta y cambió su naranja por finas rayas, la moda pasó a ser estilo campesino.
Fue el dolor provocado por las piedras brillantes incrustadas en su superficie lo que al fin la llevó a preguntarse: “¿Para qué sirve esto, después de todo?” Un día una figura en la portada de una revista para que al día siguiente la olviden. Vivir de los elogios de los demás constituye una dieta errática.
Por primera vez desde el inicio de su campaña de búsqueda del yo, la luna pensó en el sol. Recordó los buenos milenios cuando los elogios no la preocupaban. Lo que la gente pensaba de ella carecía de importancia ya que no estaba metida en el asunto de lograr que la gente la mirara. Cualquier alabanza que le hicieran, rápidamente se pasaba al jefe. Empezaba a comprender el plan del sol. “Es posible que me estuvieses haciendo un favor”.
Miró hacia abajo en dirección de la tierra. Los terrícolas había estado recibiendo un buen show. Nunca sabían que esperar: primero gamberro, luego colegial y ahora campesino. Los levantadores de apuestas de Las Vegas intentaban adivinar si la próxima moda sería chico o macho. En lugar de ser la luz de su mundo se había convertido en el blanco de sus bromas.
Hasta la vaca se negaba a saltar por encima de ella (En inglés, hay una rima infantil que habla de una vaca que saltó por encima de la luna).
Pero el frío era lo que más le molestaba. La ausencia del sol la dejaba con un persistente enfriamiento. Nada de calor. Nada de resplandor. Su sobretodo largo no ayudaba. No podía ayudar; el temblor le venía adentro, un temblor helado desde la profundidad de su núcleo que la dejaba con una sensación de frío y soledad. Lo cual representaba exactamente su condición.
Una noche mientras miraba a las personas que caminaban en la oscuridad, la golpeó la futilidad de todo el asunto. Pensó en el sol. Me daba todo lo que necesitaba. Cumplía un propósito. Sentía calor. Estaba contenta. Cumplía… Cumplía el propósito para el cual fui creada.
De repente, sintió ese viejo y conocido calor. Se dio vuelta y allí estaba el sol. El sol nunca se había movido.
– Me alegra que estés de regreso – dijo el sol – A trabajar se ha dicho.
– ¡Cómo no! – aceptó la luna.
Se quitó el sobretodo. Volvió la redondez y se vio una luz en el cielo oscuro. Una luz más llena. Una luz aun más brillante.
Y hasta el día de hoy cuando el sol brilla la luna refleja y se ilumina la oscuridad, la luna no se queja ni se pone celosa. Sólo hace lo que siempre debió hacer.
La luna ilumina.