Los Tesoros De Dios Están En Vasos De Barro
Uno de los versículos más alentadores de la Biblia está en 2 Corintios 4:7: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros.” Luego Pablo procede a describir esas vasijas de barro – hombres que están muriendo, atribulados en todo, perplejos, perseguidos, derribados. Y aunque nunca abandonados ni desesperados, esos hombres usados por Dios están constantemente llevando la carga de sus cuerpos humanos, esperando ansiosamente ser revestidos con un cuerpo nuevo.
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Dios se burla del poder del hombre. Él se ríe de nuestros esfuerzos ególatras de ser buenos. Él nunca usa al grandioso ni al poderoso, sino que usa a las cosas débiles de este mundo para confundir a los sabios.
“Considerad, pues, hermanos, vuestra vocación y ved que no hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:26-29).
¡Eso me describe a mí! Algo débil – algo tonto – algo despreciado – algo común – no muy noble – no muy inteligente. Pero ese es el plan perfecto de Dios – el misterio más grande del mundo. Dios nos llama en nuestras debilidades. Él pone su tesoro de incalculable valor en estas vasijas de barro nuestras, porque él se deleita en hacer lo imposible de la nada.
Yo vi a Israel Narvaez, un líder de la violenta pandilla Mau Mau de Nueva York, arrodillarse y recibir a Cristo como su Señor. No fue tan sólo una experiencia emocional y superficial – él verdaderamente lo hizo de corazón. Pero Israel volvió a la pandilla y terminó en prisión, culpado de tomar parte en un asesinato. ¿Dios se dio por vencido con él? ¡Ni por un momento! Hoy día Israel es un ministro del evangelio, habiendo aceptado el amor y el perdón de un Salvador que todo lo soporta.
¿Ha fallado usted? ¿Hay un pecado que lo acosa fácilmente? ¿Se siente usted como un cobarde débil, que no puede lograr la victoria sobre un pecado escondido? Pero con esa debilidad en usted, ¿también hay un hambre por Dios? ¿Usted lo anhela – lo ama – lo busca? Esa hambre y sed es la llave para nuestra victoria. Eso es lo que lo hace a usted diferente de todos los otros que se sienten culpables de haberle fallado a Dios. Eso es lo que lo separa a usted de los demás. Usted debe mantener esa hambre viva. Continúe teniendo sed de justicia. Nunca justifique su debilidad – nunca se rinda a ella – y nunca la acepte como parte de su vida.